lunes, 28 de mayo de 2007

Las costillas de Jarabacoa



Lejos de promocionar algún restaurante en Jarabacoa, quiero contarles una anécdota, hoy jocosa, pero en su momento, aterredadora.

Hace un par de semanas estuve con unos amigos de paseo por Jarabacoa, ese hermoso pueblo que da paz, frescura, pureza, descanso, pero también diversión y aventura extrema. Joan, uno de mis amigos, desde el principio no quería ir a este viaje (al parecer tenía cosas más importantes que hacer en la capital) pero mi insistencia fue tal que allá estaba él conmigo. Para mí los caballos son unas de las principales atracciones de los campos y lugares montañosos, así que fuimos a montar caballos. Joan hubiera preferido quedarse en la casa durmiendo como me lo había planteado, pero desde niño lo supe: tengo un alto grado de convencimiento.

Montar a caballo para mí es un placer. Lo vivo. Lo disfruto. Me siento todo un jinete. Pero no lo es para todo el mundo. Alexandra y Ryan prefirieron quedarse a orillas de la Confluencia esperándonos, tal vez Joan debió de hacer lo mismo ya que no quería ir, pero no fue así. Eramos once inexpertos cabalgando por los campos y las calles de Jarabacoa. ¡Qué gozaaa! Pero el gozo no duró lo suficiente. El sudor nos corría por todo el cuerpo y el río nos llamaba de forma caudalosa, por lo que decidimos dejar los caballos antes de tiempo y meternos al río. Sin embargo, Joan irónicamente estaba fascinado con su caballo y no quería dejar de montarlo, así que siguió su ruta junto a Edgar y Vianny que estaban en las mismas.

Todo estaba perfecto. Cuentos, risas, picaderas, música, fotos, y un muchacho que se acercaba a mil en un caballo para gritarnos: "¡Su amigo se cayó del caballo y necesita un médico!". Duré unos segundos para asimilar lo que acababa de escuchar. "¿Cuál de ellos?", pregunté nervioso. "El blanquito rubito", contestó. "¡Joan!", dijo el coro. Nos subimos en los vehículos y como volando llegamos al sitio. Estaba tirado en la acera, la multitud lo rodeaba como si hubieran hallado oro. La escena fue espantosa. Los nervios, la muchedumbre opinando, los quejidos de Joan, ese enorme "guallón" que tenía en todo el costado y los moretones rojos... quedé en blanco, sufrí de un ruido crónico mental. A pesar de la crítica situación, lo que sucedió más adelante fue toda una preocupante comedia.

Llamamos a la Cruz Roja, pero no contestaban. Llamamos a las clínicas, pero no tenían ambulancias para buscarlo. Llamamos a los bomberos, pero no tenían transporte para socorrernos (afortunadamente no hubo un incendio cerca porque hasta Joan hubiera tenido que bajar al río con cubetas para apagarlo). Pero Dios envió un buen samaritano que pasó en su camineta y ofreció llevarlo a la clínica acostado en la cama de atrás porque el herido no se podía mover. "¡Iván, llévame a la capital!", gritaba apretándome la mano izquierda. Realmente era lo que quería hacer tras ver las "buenas" atenciones de los centros de salud en ese lugar.

Cuando llegamos a la clínica (la mejor según los lugareños), el personal de primeros auxilio parecía más asustado que nosotros. No tenían ni idea de lo que le iban a hacerle a mi amigo. Pero aún así nos dieron la grata bienvenida: "No aceptamos seguro médico, sólo dinero y en efectivo". Cuando le explicamos lo ocurrido nos dicen: "A él hay que tirarle una placa, pero aquí se dañó el aparato que hace eso, y en el pueblo no hay luz. Van a tener que ir a La Vega". Dios mío... El buen samaritano ya se había ido. ¿Cómo lo ibamos a llevar hasta La Vega, si ni siquiera podía moverse y de tocarle la herida lloraba como un niño? Casualmente una ambualancia de La Vega andaba por esos alrededores y nos socorrió. ¡Aleluyah!

En el Policlínico de La Vega le dieron atenciones decentes. Había luz, las maquinas pertinentes funcionaban a la perfección y las instalanciones son buenas. Joan estaba más tranquilo, lo que nos tranquilizó a todos, claro, antes de saber que se había fracturado cuatro costillas y de que el doctor le dijera con un tono afable: "te vas a recuperar, pero vas a sentir esa caída durante toda tu vida".

De todas formas todo salió bien. Mis amigos y yo continuamos nuestro fin de semana y la pasamos fenomenal. Joan por su lado, que no quería ir a Jarabacoa de sábado a domingo, se quedó internado hasta el martes siguiente en La Vega. Me sentí algo culpable. Tal vez no debí insistir tanto para que fuera conmigo. Por suerte nuestra amistad vale más que cuatro costillas. Pero a todo esto sólo se me ocurre preguntar ¿qué rayos pasa con los servicios de salud en Jarabacoa? ¿No se supone que es un punto turístico que debería al menos tener lo básico al respecto?

Mi recomendación amigos: trate de no averiarse por estos lados, porque se las verá muy mal.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por eso era que yo no queria ir a Jarabacoa. Jejeje, mentira men que pena que le pasara eso a tu amigo.

Sabiduria dijo...

Debo felicitarte hoy acabo de encontrar este blog y me esta gustando.... me gusta la forma en que narras las cosas... es bien entretanida.. auqneu a veces hay algunas cositas que se salen de ritmo.. pero luego lo retomas.... pa lante es bueno ver dominicanos... como tu....